16 febrero, 2024
08 febrero, 2024
Uñas delatoras
La noche cae sobre la ciudad. Solo la luz de la luna y unas cuantas ventanas de los edificios cercanos iluminan el departamento. A lo lejos se escucha el ruido de los autos y la sirena de un carro de bomberos o tal vez una ambulancia rompen la paz con malos augurios.
Así son todos los días después de ocultarse el sol, una tensa calma que se puede romper con el más mínimo detalle.
Él mientras tanto está acostado en el sofá, bañándose cada rincón de su cuerpo, mirando algunas sombras que deambulan por la casa, es el único que las ve pero ya está acostumbrado, sabe que sus ojos son mágicos, como una puerta para ver a criaturas de otros planos.
Su lengua recorre sus dedos, sus uñas, su pecho, sus piernas. Trata de hacer todo en silencio, tranquilo, en calma para que no se note que está allí, observando y atento como el cazador que espera a su presa.
De repente algo pasa, siente que su vientre empieza a sonar, algo muy dentro detona las alarmas en su cuerpo y presiente que ya es hora de comer. Así que se levanta, se estira y salta directo a la alfombra en busca de su plato. Sabe que como una vez le dijeron: el que come callado, come dos veces. No quiere hacer ruido.
Pero sucede lo impensable. Cuando sale de la alfombra y comienza a caminar hacia su plato su papá se levanta de la cama y lo mira. Él se queda paralizado, lo han descubierto.
Ya entiende lo que pasó y aunque no le gusta la idea, piensa: ¡Es hora de que me corten estas uñas delatoras!
01 febrero, 2024
Tomar las riendas
28 agosto, 2023
Bosques de colores
Las mañanas de Tommy eran muy tranquilas. Despertaba, tenía comida servida en su plato, varias pelotas rojas en el suelo para jugar y su arenero listo para hacer sus cosas. Sin duda alguna, era un gato privilegiado.
Aunque a veces pasaban cosas como la que ocurrió un sábado, cuando despertó asustado por unos ruidos y una extraña sombra que venía de la sala de la casa. Miró fijamente y todo su pelaje se erizó, era una figura con grandes alas, un aguijón y peluda como él. Saltó rápidamente de la cama y fue a buscarla, su instinto cazador lo impulsaba a ser valiente.
Con su cola baja, las orejas levantadas y sus garras saliendo de sus patas fue a buscar a ese monstruo y cuando lo vio, no supo si reirse o dar media vuelta para irse de nuevo a dormir a la cama.
La luz lo había engañado, lo que parecía algo gigante en la sombra solo era una abeja que se había posado en la ventana. Tommy decidió ir a buscarla, mirarla para saber si era tan malvada como parecía. Se puso muy de cerca, casi rozando su nariz con el cuerpo de la abeja y se quedó mirándola, oliéndola. Cuando levantó su pata para tocarla, la abeja pegó un grito pensando que la iban a aplastar.
Tommy pegó un saltó hacia atrás y luego volvió a acercarse, hizo eso varias veces hasta que no aguantaba la risa. Después de varios saltos y gritos, que para su mamá parecían un simple juego, la abeja le habló: - Sé que te diviertes, pero necesito ayuda porque tengo un ala doblada y no puedo volar bien -; Tommy la observó fijamente y era verdad, su ala estaba doblada como su cola cuando dormía.
Decidió ayudarla. Se acercó lo más que pudo y dejó que se montara en su nariz. Primero sintió cosquillas y luego algo que no había conocido jamás. El cuerpo de la abeja tenía muchos aromas y ella le explicó: - Es el olor de todas las flores que he visitado hoy -.
Por el olor Tommy podía imaginar cada una de ellas: amarillas, de pétalos grandes, rojas, pequeñas, muchas, una sola, era increíble poder imaginar un jardín entero solo por el aroma.
La ayudó a salir por la ventana pidiéndole que volviera el otro sábado. Desde ese día, cada fin de semana Tommy recibía a su amiga voladora para sentir el olor de las flores y viajar en sus sueños a bosques infinitos de colores.
31 julio, 2023
Donde come uno, comen dos
Como le pasa a todo ser viviente, a medida que crecía también descubría características de si mismo que lo hacían único. Hubo una en especial que conoció una noche en que estaba solo, su mamá se había ido a visitar a Califernando y a él, como siempre le ocurría en soledad, la pancita le estaba sonando más de lo habitual: tenía hambre.
Estaba desesperado, para olvidar un poco el sonido de su pancita se puso a jugar con su pelota roja, corría de acá para allá, la atajaba como si fuera un portero en pleno mundial de fútbol, la lanzaba a la cama, al baño, pero aún el murmullo de su panza lo distraía. Llegó un momento en que no podía más, necesitaba comer.
Se precipitó tan rápido hacia el plato que le pareció que su cuerpo se separaba de su pelo, tal cual como en los dibujos animados, se había duplicado en dos Tommys. Mientras el resto de su humanidad gatuna jugaba con la pelota roja, su almita comenzaba a comer como desesperada en su plato verde.
Después de ese día nada iba a ser lo mismo y como el gatito curioso que era, quería dominar esa nueva virtud. Cuando quería duplicarse, corría muchísimo y lograba dejar en un lugar su cuerpo y al otro iba su almita gatuna. Así podía estar durmiendo con su mamá en la madrugada y su almita gatuna, tumbando la escalera que estaba en la sala. O en navidades, corriendo detrás de la pelota roja y al mismo tiempo, tumbando el arbolito de navidad. Y claro, lo más importante, cuando lo dejaban solo por más de dos días, corría muy rápido al plato y terminaba comiendo por dos, esa, sin duda alguna, era la mayor ventaja.
Al final descubrió lo bueno de conocerse a si mismo y entendió ese refrán que dicen los humanos: donde come uno, comen dos, y pronto, cuando le enseñara la técnica a Califernando, arrasarían con toda la comida que sus papás le iban a dejar en el comedor.
04 julio, 2023
Un mundo inmenso
Sin embargo, a medida que te vas haciendo viejo te das cuenta de que ese universo que te describieron en la escuela durante las clases de geografía, no es tan gigantesco como parece y que aunque tiene miles de planetas, soles y estrellas, su espacio y tamaño solo depende de tu mentalidad, tu poder adquisitivo y lo que vayas aprendiendo cada día.
Después de muchos años te miras al espejo, observas a tu alrededor y caes en la cruda verdad de que tu espacio sideral es finito, por haber perdido la imaginación e inocencia del niño que fuiste o por los típicos problemas de la adultez.
Por eso te intentas refugiar en pasatiempos y momentos de ocio como la música, la escritura, la fotografía, el dibujo y también en detalles que pasan a ser el pilar de tu vida diaria: una mascota por ejemplo, que para algunos es la señal inequívoca de que estás pisando la vejez y para otros, una muestra clara de que aún puedes dar amor.
En mi caso, Califernando, mi gato, es ese hijo que nunca tendré y en el que me puedo refugiar para aportarle algo a la sociedad. Juego con él, le invento canciones, le corto las uñas, le cambio la arena, le pongo comida apenas no ha terminado de pronuncia su característico MIAU, le doy agua del vaso que siempre está frío en la nevera, guardo unos pedacitos de jamón para que coma si es que el almuerzo no tiene proteína y muchas cosas más.
Al leer el párrafo anterior cualquiera podría pensar que soy su esclavo y aunque esa afirmación no dista de la realidad, él también me regala momentos que me devuelven la misma sonrisa que tenía cuando de niño imaginaba mundos y planetas inexplorados.
En las noches cuando lo cargo en brazos para ir a la cama a dormir, a veces paso cerca de la ventana y ambos nos quedamos absortos viendo las luces de todo lo que se mueve en la avenida.
27 junio, 2023
La piña
Para sus habitantes era un resquicio con callejones oscuros, malolientes y a veces peligroso, aunque en algunas oportunidades ofrecía un perfecto escondite para amantes furtivos que se escapaban de las cadenas de sus familias y se iban a retozar un poco a orillas del río Tamesis o en cualquier lugar donde la luz escaseaba y la oscuridad servía de manta para arropar su amor. Y entre ellos, mirándolos desde la distancia, oculto entre las noches, estaba un personaje que luego la historia haría famoso: el conde Dracula.
Aunque hoy se le conoce como a una bestia despiadada, adorador de la sangre y que se comía todo a su paso, esta idea es muy contraria a la verdad. Dracula era un incompredido, temeroso a los humanos y un constante observador del amor, un sentimiento que a él se le escapaba de sus manos como el agua que resbala entre los dedos porque nunca podía socializar normalmente con alguien.
Todas las noches recorría los callejones oscuros para mirar a los amantes parisinos, sumido en esos momentos de sana envidia, añoraba encontrar a una amante que lo supiera apreciar por lo que era: un ser extraño que deseaba ser normal.
Una noche la ciudad parecía más romántica de lo habitual, tal vez la lluvia que la hacía lucir más limpia y brillante, el agua convertía a las piedras de las calles en un espejo que reflejaba perfectamente las figuras de los caminantes y además, ayudaba a que los olores se exacerbaran y Dracula, entrara en un frenesí propio de una bestia insaciable.
Caminaba como un loco de esquina a esquina, mirando, escuchando, hasta que en una de ellas, escondido detrás de unas baldosa, pudo ver a una pareja que estaba apretada en un abrazo. Se besaban, ella colocaba sus manos en el cuello de su amantes mientras él rodeaba su trasero con sus manos. Dracula estaba expectante, quería ver qué iba a suceder pero en ese instante su olfato percibió un olor entre dulce y ácido, era algo indescriptible, ese aroma le recordaba a algo que para él estaba prohíbido y sin embargo le daba mucha curiosidad: le olía a sol, a día, a lugares coloridos.
Desde ese momento no tuvo paz, comenzó a cambiar sus habitos. En vez de escudriñar los rincones de amantes nocturnos, caminaba por toda la ciudad buscando nuevamente ese olor a luz. Las tiendas de ropa, los hospitales, los parques, hasta que pasó cerca a una frutería que apenas había cerrado y ahí lo sintió, ese olor amarillo. Entró sigilosamente, pasó su nariz por los estantes y su afinado sentido lo llevó derecho a un mueble donde había una fruta con escamas, una corona y un olor penetrante.
Quedó enamorado de su aroma y apenas hincó sus afilados dientes en su piel, no quiso más nunca separarse de ella. Nadie lo supo en esa oportunidad ni lo sabía hasta ahora, pero Dracula quedó prendado de la piña y por esa atracción murió, viajó al Caribe buscando su origen pero allí el sol era tan fuerte, que no lo pudo soportar. El amor y obsesión por aquella fruta, lo llevó a la perdición.